Educar no solo es adiestrar el pensamiento para un fin prematuro, educar implica moldear la vida para asumir una realidad a partir de diferentes perspectivas sociales, económicas, políticas, familiares y es ahí donde se hace palpable el gran adagio popular “educar para la vida y desde la vida” es gran inversión para la vida, desde la experiencia sacerdotal y estar a cargo de una comunidad. Se considera que es pertinente formar al estudiante y a la comunidad con criterios sólidos y eficaces, buscar espacios y protagonismo para descubrir sus creatividades, criticidad, diálogo, investigación y con estas herramientas de por medio los estudiantes serán capaces de pensar por sí mismos, autónomos, libres para expresar sus ideas; reflexionar de su entorno y contorno, es decir formarlo y educarlo para que sea autocrítico y autorreflexivo. Teniendo en cuenta lo anterior se llega a deducir que todas la estrategia didáctica propuesta hagan que los estudiantes tengan un aprendizaje más dinámico, vivencial, práctico; llevándolos a tener un cambio vertiginoso de progreso, constructores de un mundo mejor; optimistas con visión de futuro, que haya iniciativa y confianza, que sean sensibles y flexibles, que tengan agallas para ser valientes y correr riesgos y vencer los fracasos. A veces la enseñanza de la filosofía se ha remitido sólo al análisis de documentos y ha mínimas reflexiones que sean logrado construir a través de la observancia de las diversas teorías y la confrontación con la realidad. Sin embargo, a pesar de que se desarrolle los temas y se los haga con detenimiento y esmero, hay una falla en el aspecto motivacional del estudiante frente a dicha temática, se requiere que su pensamiento crítico reflexivo, sea un gran proyecto que despierte motivación, curiosidad, capacidad de asombro y pensar por sí mismo con sentido crítico.