Capítulo 1: Ser ciudadano: La ciudad de las luces

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2020-07-21

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Resumen

Platón cuenta en uno de sus diálogos la particular creación de los seres vivos por los dioses griegos. Primero, se ocuparon de los animales y procuraron que nacieran con los pertrechos imprescindibles para poder sobrevivir: unos vinieron al mundo dotados de fuerza, otros de astucia o de velocidad o siendo diminutos para pasar desapercibido o muy grandes para disuadir a los violentos. Solo el ser humano nació desnudo, descalzo, sin ningún tipo de defensas incorporadas. Cuando Prometeo vio aquello, no le pareció justo, de ahí que ni corto ni perezoso robara a los dioses el fuego y lo que ellos sabían hacer con el fuego para entregárselo a los seres humanos. Con el arte del fuego los humanos podían hacer armas y de esa manera se equilibraba la competencia entre seres vivos. Y no hubo sorpresa cuando advirtió que con esas armas los humanos se defendían, desde luego, eficazmente contra las bestias, aunque también que se destruían entre ellos. Los dioses temieron, entonces, que la raza humana pudiera sucumbir, de ahí que decidieran enviar con toda presteza al más rápido de todo ellos para “que trajera a los hombres el sentido moral y la justicia para que hubiera orden en las ciudades y convivencia acorde con la amistad” (Protágoras).

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Mate, R. (2016). Ciudadanos y no súbditos: Guía en la ciudad democrática. Bogotá: Ediciones USTA.

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